traducción de Maria Martinez a quien agradezco
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12 de marzo de 2057
Hoy fui a visitar a mi bisabuela. Había una gran fiesta porque su querida amiga cumplía 100 años. Ella y la abuela bis viven en el campo en un lugar hermoso, mágico diría yo, junto con otras personas centenarias como ellas y a otras familias que han ido llegado gradualmente en los últimos treinta años.
Como siempre, en estas ocasiones festivas, se cuentan cuentos de tiempos pasados. Mi bisabuela cuenta que hace mucho tiempo, hace mucho mucho tiempo, cuando mi madre aún no había nacido, hubo un período en el que hacía estragos un virus muy fuerte. Se llamaba Corona Virus. No había causado muchas muertes, en realidad (morían más de guerra y de otras enfermedades en aquella época), pero era tan contagioso y difícil de erradicar, que los gobiernos de todo el mundo tuvieron que tomar serias medidas para impedir la propagación de la epidemia.
La abuela bis dice que tuvieron que quedarse en casa durante muchos días, que casi todas las tiendas estaban cerradas pero que, afortunadamente, las necesidades básicas, alimentos y “medicinas” estaban garantizadas. Ah, sí, en aquellos tiempos había medicinas, una especie de pequeños comprimidos, casi siempre blancos y amargos, que la gente tomaban continuamente para cualquier pequeña enfermedad. Parece que, por aquel entonces, la gente siempre vivía apurada, con muchas cosas que hacer, y que esa forma de vivir había, poco a poco, limitado su capacidad de respirar y de ser felices. Esto era así, especialmente, para aquellos que vivían en ciertos lugares, llamados ciudades o metrópolis, que estaban llenos de coches, fábricas y edificios, donde casi no había árboles y el aire estaba sucio y era irrespirable. Y así, los seres humanos se enfermaban a menudo y tomaban las medicinas para tener rápidamente la sensación de estar mejor.
Habían olvidado que el silencio, el arte, el ayuno, las hierbas y, sobre todo, el descanso son la mejor cura. No entendí bien el porqué, pero parece que no podían parar y que tomaban estas pastillas para poder seguir trabajando siempre y como fuera.
Cuando llegó el Coronavirus, sin embargo, tuvieron que detenerse. TODOS. De repente. Casi de un día para otro. Tuvieron que quedarse en casa, sin poder abrazarse, besarse o hacer el amor. En los raros momentos en los que salían por problemas improrrogables como hacer compras, una persona por familia, tenían que mantener la distancia de seguridad y saludarse de lejos.
Al parecer en aquella época, había una forma arcaica de comunicación que llamaban “social”. Un lugar virtual donde se podían compartir e intercambiar ideas, fotos, talentos y proyectos. Dice la abuela bis que estos “social” fueron de gran ayuda. Cada uno ponía a disposición de los demás, sus habilidades y talentos. Hubo quien ofreció sus clases de yoga, quien se reunía en una sala virtual para bailar juntos, quien leía cuentos para los niños que estaban en casa ( las escuelas también estaban cerradas), quien enseñaba cómo hacer el pan casero, en aquella época se compraba todo hecho porque nadie tenía tiempo para hacer este tipo de cosas (todavía tengo que entender que tenían que hacer de tan importante para no cocinar ellos mismos los alimentos que comían).
A través de estos “social”, los artistas empezaron a hacer conciertos gratuitos desde sus casas, alguno dio clases de guitarra y de otros instrumentos. Se había convertido en un concurso de solidaridad.
A la abuela bis se le humedecen los ojos cuando habla de la hermandad, de la igualdad y la belleza de aquellos intercambios.
Pero lo que más conmueve a abuela bis y a sus amigos centenarios es que esa parada repentina obligó a todos a mirarse hacia adentro, a armonizarse de nuevo con sus propias esencias, con la Madre Tierra, con los ciclos de la vida, con el Universo, con una visión más amplia y más espiritual de la existencia. Esa armonía, esa sencillez, esa lentitud que ellos, y muchos otros como ellos, habían deseado, invocado y tratado de vivir desde hacía tiempo, finalmente se estaba convirtiendo en realidad.
Los seres humanos volvieron poco a poco a escuchar los latidos de sus corazones, a respirar desde el corazón, a bajar el volumen de la pequeña mente que pudo así dejarse abrazar por el corazón y, juntos, corazón y mente, despertaron el infinito potencial del ser humano. Como una varita mágica personal y universal, corazón y mente de cada uno y de todos juntos, comenzaron una profunda transformación de la vida en el Planeta Tierra. Cada uno entendió y experimentó, ser una parte única y valiosa del Todo, reencontró el sentido de lo sagrado de la Vida, reconoció la Belleza y la Abundancia de la Naturaleza y de cada ser vivo. La gratitud, el cuidado, el amor, la armonía, la alegría, la compasión, la amabilidad, la paciencia llenaron cada pensamiento, cada acción, cada nuevo proyecto, cada partícula del aire, del agua, de la tierra y del fuego.
Fue entonces cuando comenzaron los primeros intentos de lo que se llamó telepatía en ese momento.
Oh si Os parecerá extraño, pero en 2020 casi nadie sabía de telepatía. Los seres humanos hablaban o escribían en las famosas redes sociales. No siempre decían lo que tenían en sus corazones. Hablaban entre ellos humanos, pero no sabían comunicar con los animales (excepto, quizás, con sus mascotas) y menos aún con las plantas. Se creían superiores, los amos del mundo, pero ni siquiera sabían cómo conectarse entre ellos, y mucho menos con los otros seres vivos del planeta.
¡No entiendo cómo hacían!
Abuela bis y sus compañeros dicen que fue muy duro. El cambio había sido repentino y radical. Dicen que todos, cada uno por su cuenta y todos juntos, se sacrificaron, es decir, hicieron sagrado cada gesto, encontraron y accionaron incluso la partícula más pequeña de sus recursos interiores, encontraron fe y confianza en sí mismos, en su luz, en el Universo. Un sentido más íntimo y profundo de Unión se extendió por la Tierra. Y desde entonces la vida continúa en su nuevo auténtico, sagrado y eterno fluir.
Cuánto me gusta esta historia. Al final del cuento abracé fuerte fuerte la abuela bis, a su amiga y a los otros centenarios del pueblo. Les agradecí desde lo más profundo de mi corazón por su valentía y su fuerza, por haber conseguido transportar a la humanidad fuera del vado más profundo y oscuro de su historia.
Al final, la abuela bis, se puso a bailar. Dijo que había una gran bailarina en sus tiempos (creo que se llamaba Pina Bausch) que decía: “Bailemos, bailemos, de lo contrario estamos perdidos” y que esto vale para todos los tiempos, los difíciles y los más ligeros.
Todavía estamos bailando ¿Quieres unirte a nosotros?
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NOTA. Puedes leer el resto del cuento de hadas, por el momento en italiano, aquí
IL CORONA VIRUS RACCONTATO DAI NOSTRI BISNIPOTI – Fine della quarantena
IL CORONA VIRUS RACCONTATO DAI NOSTRI BISNIPOTI – Affacciamoci compagnia
IL CORONA VIRUS RACCONTATO DAI NOSTRI BISNIPOTI – Stare con quel che con quel che c’è per il tempo che ci vuole
IL CORONA VIRUS RACCONTATO DAI NOSTRI BISNIPOTI – Cuore e Cervello insieme